Desde
hace varias semanas estoy ordenando los libros de mi Padre. Eran libros muy
queridos para él. Algunos eran de su Padre, otros de su Tía. Llevaban años
guardados en cajas. Ubicados aquí y allá, siempre estaban estorbando, en mitad
del camino. La verdad es que me daba pereza la tarea de ordenarlos.
Desde que mi Padre nació al cielo me entristece
ser la persona encargada de ordenar estos libros. No puedo tirar ninguno, no
puedo regalar ninguno y en su mayoría, no
puedo leerlos porque sus autores no son de mi agrado.
Afortunadamente,
encontré un par de libros especiales. Al sostener estas palabras, quiero decir
que, realmente son especiales. Son viejísimos, maltratados por el tiempo, No
valen ni un dólar A muchos libros he tenido que coserles y pegarles las tapas.
Sin embargo, ofrecen fantásticas
historias, poesías y remembranzas del siglo XVIII al siglo XX. Jamás pensé recomendar
la lectura de uno de ellos. Pero, cuando los tuve en mis manos aprecie sus
detalles.
El libro, cuya lectura recomiendo en este post es “Artículos de costumbres” de Mariano José
de Larra.
Larra es un español del Club de los veintiocho - nació en 1809 y murió en 1837- , una joyita, cuya niñez floreció entre Francia y España. Imagino
cuan exótico puede resultar Mariano José para un lector de Rusia o de Singapur.
Yo también siento las alas de esas mariposas revoloteando en mi estomago.
“Mariano José de Larra es valor más
permanente, más vivo y más actual de todo el Romanticismo español. Su sostenida
actitud de inconformismo y rebeldía será siempre una lección, cualesquiera sean
las circunstancias en que se acuda a su magisterio, y son numerosísimas las
páginas de sus escritos que no han perdido un solo átomo de vigencia”, afirmo en
su momento Juan Luis Alborg
Verán, Larra tuvo una infancia solitaria. Sin Madre
y en Francia, escribía en francés. Una vez que regresó a casa, su castellano se
hizo fuerte. Para peor, Mariano José de Larra no es ni por asomo un español de
manual, obediente del Rey, Dios y la Patria.
Azorín se refería a Larra en estos términos; “influencia
– ésta decisiva- del padre sobre el niño
y el adolescente; el padre es un tipo curioso; estrafalario, leído, culto (…)
afrancesado con José Bonaparte; expatriado en Francia, tornado con la amnistía
a España.”
No eran Padre e Hijo algo que pueda llevarse en
brazos con facilidad. En un libro de mi adolescencia con misa y noviciado, encontré
al mismo Larra explicando su situación: “Escribir,
como Chautebriand y Lamartine, en la capital del mundo moderno, es escribir
para la Humanidad, digno y noble fin de la palabra del hombre, que es dicha
para ser oída. Escribir como escribimos en Madrid es tomar una apuntación, es escribir
en un libro de memorias, es realizar un monologo desesperante y triste para uno
solo. Escribir en España es llorar“.
Incomprendido y romántico, nuestro amigo Larra.
Leamos su obra y burlémonos del esnobismo, la mediocridad y la tontería del
siglo XIX junto a Él. El Hombre escribió para nosotros. Estaba adelantado a su
tiempo. No lo dejemos en soledad. La Vida No tiene porque ser una Herida
Absurda, aunque el tango diga lo contrario. . .
Lía Olga Herrera Soto