Con el amigo Thomas Mann me sucede lo mismo que
con el cine de Irán, a los cinco minutos de ver la película que sea quiero huir
a una Tierra Lejana, muy lejana.
La culpa es mía. Yo lo sé. Soy una mujer de 38
años, nacida al final del Siglo XX, de Padres Católicos propios del Siglo
XIX e injertada como una nueva especie de rosa en el Siglo XXI.
Sumen a estas dificultades que no hablo alemán
porque mi Abuelos los aborrecían y prefirieron que yo estudiara italiano y
aunque no hablo ni una palabra de portugués, me acunaron con Fados de la Magnífica Amalia Rodrigues.
¿Tiene o no tiene método mi lectura? Estoy más cerca de John Dos Pasos, quién a
su vez me resulta re-moderno, en este pensamiento en red que comparto con
sus collages.
El libro de Thomas
Mann que quiero
recomendarles es “La Muerte
en Venecia”. Es parte de una edición del periódico LA NACIÓN
de Argentina y tiene una trampita.
En él podemos encontrar la novela corta llamada “Mario y el mago”, cuya lectura compartí en su momento
con un querido amigo nacido al cielo llamado Edgardo
Molgaray.
Ernesto Sábato tradujo en Buenos Aires hace muchísimos años dos obras
de Thomas
Mann interesantísimas “Carlota
en Weimar” (Lotte in
Weimar) y “Las Cabezas
trocadas” (Die
vertauschten Köpfe) libros también muy recomendables.
En el prologo de mi ejemplar de “La Muerte en Venecia” explica Sábato que: “A través de las grandes obras de la
literatura me fue dado a entrever el misterio del alma humana, esa región donde
sucede lo más sagrado de la vida de toda persona”.
Yo logro lo mismo
hablando con alguien y viéndole a los ojos. Debo ser muy afortunada, leo solo
por diversión.
Lía Olga Herrera Soto
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