Alfarabí nació en el segundo tercio del siglo IX. Se
convirtió a lo largo de su vida terrenal en el segundo gran nombre de la
filosofía árabe.
Fue en Bagdad donde estudió y ejerció como maestro hasta que
se marchó a Damasco, allí nació al cielo en el año 950. Tradujo y comentó al
neoplatónico “Porfirio y el Organon de
Aristóteles”. Además escribió sus propias obras tales como “La inteligencia
y lo inteligible” y “El alma”.
Sostenía que el pensamiento aristotélico estaba de acuerdo
con el de Platón tal como deja escrito en su obra más significativa como “Concordia entre el divino Platón y el
sabio Aristóteles”.
El filósofo distinguió entre esencia y existencia basándose en una observación lógica de Aristóteles con
lo cual marcó toda una etapa de la historia de la metafísica.
Se trataba de la noción de lo que una cosa es, su esencia,
no incluye el hecho de que esa cosa exista, o sea, su existencia. Si así fuese,
con conocer lo que es un hombre bastaría para saber que el hombre existe, y
esto claramente no es así.
Alfarabí sostenía que “no
tenemos ninguna prueba de la existencia de las cosas hasta que no obtenemos una
percepción por los sentidos (…) la existencia es un accidente de la esencia”.
Posteriormente, Tomás de Aquino incluiría a la esencia bajo
la existencia llevando a cabo una reforma de la metafísica.
Lo trascendental es el carácter político de Alfarabí,
sostenía que la filosofía era el camino para
poder alcanzar una sociedad perfecta, identificando la figura del
filósofo, gobernante platónico con la figura del profeta, guía musulmán.
Lía Olga Herrera Soto
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